Capítulo XI: ¿Y si mi corazón sangra…?


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Capítulo XI: Videollamada, Celos y Algo Más

 

Flavio y Ámber llegaron a la joyería del señor Ellis, un conocido de algunos eventos sociales en la que los tres habían coincidido. Al llegar, Flavio le explicó que quería saber su talla de anillo. El señor Ellis sin esperar más explicaciones, se desvivió en felicitaciones a los dos e hizo una exhibición de sus mejores anillos para Ámber.

—Sé que la señorita Ámber es de gustos exigentes; creo que lo mínimo aceptable para ella es un anillo de diamantes. Aquí tengo los modelos más exquisitos. Mira esto preciosa, vamos a ver cómo te queda…

—Señor Ellis por favor, solo necesito saber la medida de mi dedo, mi talla. En breve recibiré una llamada y necesito esa información

—Pero, supongo que usted y ella lo encargarán aquí.  No tienen porque ir a otra joyería, aquí nos ajustamos a sus gustos, a sus preferencias. Además, ninguna otra joyería…

—Señor Ellis solo necesito mi talla, por eso pasé por aquí. Iré a vivir a San Marino y pues… Ámber no es mi prometida. Mi prometida está en San Marino y justo en breves minutos recibiré una videollamada para que elijamos juntos los anillos

El señor Ellis se quedó de una sola pieza y parpadeando varias veces. Su perplejidad quizás se debía a la decepción de perder una lucrativa venta (pues estaba seguro que apelando a la vanidad de Ámber, resultaría ventajosa) y al mismo tiempo asombro por no entender quién podría ser la prometida de Flavio.

Las veces que los había visto juntos obviamente parecían algo más que simples amigos. Volvió a fijar su mirada en Ámber. Hubiera jurado que ella era su prometida, por lo cercanos que eran… pero no…

—“¡Qué extraño!” -se dijo a sí mismo

Finalmente, tomó un anillo que pensaba que era de la talla de Flavio para medírselo. Mientras estaban en eso, sonó el teléfono de Flavio y Ámber aprovechando la breve distracción y a que Flavio había dejado su teléfono sobre el mostrador, respondió la llamada por él, con toda la mala intención.                                                    (Lectura Romántica Gratis amarasleer.com)

En ese momento el abuelo le había pasado el teléfono a Laly alegando que era lo más correcto que se saludaran ellos primero. Laly estaba un poquito nerviosa, pero al final decidió ser la primera en saludar, cuando para su sorpresa fue un rostro inesperado que apareció al otro lado de la pantalla.

—¡Hola! Tú debes ser Laly, yo soy Ámber y estoy con Flavio quién está ocupado en estos momentos. ¿Deseas dejarle un mensaje?

Flavio le quitó rápidamente el teléfono, mientras con los ojos le decía: “¿por qué lo hiciste?”, pero ya era tarde. Por breves segundos, logró ver la cara de molestia de Laly quien inmediatamente le pasó el teléfono al abuelo.

—Hijo estamos aquí en la joyería, ¿ya sabes la medida?

-Sí, sí… ¡Hum!… y… ¿Laly?

—Laly está… -el abuelo vio a Laly mientras ésta le decía que no con las manos- está ocupada en estos momentos. Estamos aquí Lorenzo, Lía y Laly, pero… ellos se ocuparon en otras cosas. Mejor dime tu talla y finalizamos esta videollamada. Elegiremos algunos modelos y te enviaremos las fotos. Tú con calma decides después cuál te gusta

Pero Flavio le picó en ese momento el mosquito de molestar a Laly por pura necedad, así que respondió:

—Tengo suficiente tiempo abuelo. Además, nos casaremos la próxima semana, así que esperaré a que se desocupe para que atienda la llamada pues debemos elegir entre los dos

—Lorenzo hijo ven acá. Saluda a tu hermano, mientras busco a Laly

Lorenzo tomó el teléfono y saludó con su característica efusividad, aunque con algo de nerviosismo, mientras Gian Marco estaba intentando sin ningún éxito que Laly atendiera la videollamada.

—Como le dijo, por mí está bien. Elegimos varios modelos, le enviamos las imágenes y cuando él nos diga cuál de ellos le gustó, entonces mandamos a hacer los anillos.

—Hija así es más complicado. Ya que los dos están aquí, elijan de una vez

—Verdad Laly, no seas terca. Queda poco tiempo; se casan la próxima semana

—Por eso mismo. Queda tan poco ¿y dónde está él? Supuestamente muy ocupado finiquitando asuntos de negocios, con eso ha justificado su ausencia, ¡pero resulta que el señor tiene tiempo para estar con su amiga Ámber!

—¡Amiga estás celosa!

—¿Celosa yo?

—¿Y cómo se llama lo que estás sintiendo en estos precisos momentos?

—¿Y cómo estarías tú en mi lugar Lía?

—¡Te salió la tigra que tienes por dentro! Pero me gusta tu lado felino ¡grgrgrgr!

—Hija sé que estás molesta por eso. Yo también, créeme. Pero te aseguro que no pienso tolerar que siga su relación con Ámber como si nada hubiera cambiado. Él será pronto un hombre casado

—Eso no se resuelve con imposiciones abuelo, es un asunto de quién está en su corazón. Estoy clara que es un matrimonio arreglado, al menos así lo ve él

—¿Y crees que en el corazón de Flavio está Ámber? ¡No podrías estar más equivocada Laly! Si fuera así, no hubiera soltado su mano tan fácilmente

Pero a pesar de sus palabras como el abuelo siguió viendo tristeza en su mirada, le dijo con franqueza:

-Si yo te elegí a ti es porque eres la adecuada para Flavio y él terminará dándose cuenta de eso. A pesar de lo difícil que es Flavio, tiene un gran corazón. Sé que eres la persona adecuada, sé que serás una gran esposa para él y lo ayudarás a recuperarse a sí mismo. Apenas estamos comenzando con esto; no te des por vencida. No lo abandones ahora.

—No me daré por vencida. Pero esta primera impresión, después de nuestra última conversación en la que no terminamos en buenos términos, me incomoda. Por eso hoy no, abuelo. Lo siento, prefiero elegir sin él

Mientras estaban en esa pequeña plática, se acercó un viejo amigo de Gian Marco y su esposa cuando al pasar frente a la joyería vieron que Gian Marco estaba allí. Los dos, el señor Leonardo y su esposa eran contemporáneos con el abuelo. Entraron en la joyería y tras los efusivos besos y abrazos característicos de su forma de saludar, el abuelo les presentó a Laly.

—¡Es un placer niña! ¡Nos alegra recibir tan buena noticia!

—¡Muy buena elección! Los ojos no mienten: se ve pureza en tu interior –dijo la señora Leonardo- no como la otra que eligió el pobre Adriano. Ella sí trajo dolores de cabeza a la familia Stefanelli, ¡dígame la pobre Carmina! ¡Tanto dolor para ella! Pero qué se va a hacer, los hijos nunca escuchan, estaba empeñado en que esa era la mujer que sería su esposa ¿y todo para qué? Para terminar desgraciándole la vida.

Laly notó que el abuelo estaba incómodo con la conversación y supo la razón al notar cómo miraba a Lorenzo. Era evidente que no quería hablar de ese tema en presencia del chico. A nadie le gusta escuchar malas referencias sobre su madre. Pero a la señora Leonardo parecía que le hubieran abierto el grifo: no paraba de hablar, y de paso subió más el volumen. Así que, aunque estaban a cierta distancia de Lorenzo, estaba segura que él la escuchaba.

—No sé si se casó con él por su dinero o si al principio existía algún tipo de afecto entre los dos. Lo cierto es que el pobre Adriano terminó perdiendo la razón

—Bueno amigos, estamos un poco corto de tiempo –dijo Gian Marco en un intento desesperado por cortar la conversación- ¿Qué les parece si una de estas tardes pasan por la casa y nos tomamos un café mientras hablamos de los viejos tiempos?

—Dime una cosa Gian Marco –la señora Leonardo prosiguió inmutable a cualquier señal de que cortara, de que parara, de que ya había hablado suficiente- ¿es verdad que Adriano se suicidó? Porque lo que escuché después me hizo dudar un poco. Dicen las mala lenguas que parece ser que alteraron o falsificaron los archivos que tiene que ver con ese caso, incluso el registro forense. Después salieron con eso de que fue un infarto… pero, ¿cómo va a ser un infarto si…?

—Señor y señora Leonardo disculpen la interrupción –dijo Laly viendo la angustia del abuelo, pues no quería que siguiera dañando a Lorenzo con sus palabras- abuelo, Lía y yo vamos con Lorenzo a tomar algo en el cafetín, en un rato regresamos

—Vaya hija, vaya –respondió el pobre abuelo aliviado

Laly tomó el teléfono de las manos de Lorenzo y se lo pasó al abuelo, haciendo caso omiso a la voz que gritaba su nombre desde el otro lado de la pantalla

—Vamos Lorenzo, vamos Lía, regresemos después

Por el otro lado de la pantalla estaba Flavio. Había escuchado todo, absolutamente todo. Al momento que Laly tomó el teléfono le gritó para que tomara el teléfono: “Laly, Laly, sé que me estás escuchando, toma el teléfono un momento”, pero ella hizo caso omiso. El abuelo por su parte le dijo que llamaría después. Así terminó la videollamada convertida en un verdadero desastre.                                                                                                                 (Lectura Romántica Gratis amarasleer.com)

—¿Qué pasó? -Preguntó Ámber- ¿No van a elegir los anillos?

—Ámber me tengo que ir. Necesito, necesito… tengo que regresar al apartamento. Debo dejarte

—¿Cuándo viajarás?

—En tres días

—Perfecto, yo me encargaré de eso. Reservaré vuelo para dos personas y si Luke viene con nosotros para tres. Le preguntaré y te avisaré

—De acuerdo. No olvides comprar el pasaje de Beatrice

—Cierto, cierto. Entonces para cuatro… ¿pero todos en primera clase?

—¡Por supuesto Ámber! No te preocupes, yo cubriré sus gastos. Ahora me voy

Y allí se quedó sola, viendo cómo abordaba un taxi y se perdía de su mirada

—¡Ejem! Señorita, señorita Ámber

—Dime Ellis

—En realidad no entiendo. Cuando los vi llegar pensé que ustedes eran la feliz pareja. ¿Cómo pasó eso? Usted es tan bonita, sofisticada, glamurosa, es la que mejor encaja con el señor Flavio ¿y resulta que se casará con otra?

—Es un asunto temporal Ellis, solo será por 6 meses, no te preocupes. Te acordarás de mí cuando regrese con Flavio para comprar los anillos. Y te aseguro que harás una muy buena venta

—Así será señorita, así será-dijo él con una sonrisa que se asomaba

Ella se despidió y salió de la joyería. Pero antes de cruzar la calle pensó: “Laly, no importa que hayas sido la elegida, eres solo una insignificante piedra en mis zapatos, una pieza de peón en el tablero de ajedrez; saldrás pronto y para siempre de la vida de Flavio, pues la verdadera reina soy yo”. Curvó los labios y cruzó, segura de ser la próxima señora Stefanelli.

 

Eidly Liz

 

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